Recogiendo el guante lanzado por un gran amigo, paso a comentaros mi Semana Santa de la Infancia.
A diferencia de la mayoría de mis amigos yo si nací cofrade, no puedo decir que mi familia fuese cofrade, pues no lo eran, pero si debo ser cofrade a una persona que nada mas nacer me apunto a la cofradía de sus amores y a la otra cofradía que residía en la misma casa, esta persona no es otra que un gran amigo de mi padre que actualmente tiene mas de noventa años, al que todos conocen por su profesión de Sastre y que tiene en su haber el “privilegio” de ser el ÚNICO ABAD (léase por abad Presidente de la Cofradía) que no ha logrado sacar a la calle la procesión por motivos de lluvia en toda la Historia de la Cofradía y esta tiene mas de 400 años.
Por aquella época, solo se podía ser cofrade si nacías varón, y bajo esa premisa fui apuntado a la Cofradía de Nuestra Señora de las Angustias y Soledad de León y al mismo tiempo en su Hermana del Dulce Nombre de Jesús Nazareno. Las decanas de la cuidad legionense y por ende las denominadas de “los negros”.
Mis recuerdos de aquellos años, son primero de viajes, mi abuelo venia a Salamanca en el autobús para llevarme a León, para como él decía cumplir con mi obligación de HERMANO. Me llevaba a las Asambleas (cabildos) de mi Cofradía que se celebran el Domingo de Ramos y se preocupaba de que entendiera lo que allí decidía “los mayores”, pero antes me había levantado muy pronto para asistir a misa de ocho de la mañana a recoger mi ramo de palma y hacer la procesión de las palmas al rededor de Santa Nonia junto con mi primo y mas que Hermano y mi tío.
Nunca pude ver la procesión de la borriquilla, ya que coincidía con la Asamblea de la Cofradía y era muy importante que me empapara de lo que es “COFRADIA”, es decir sus hermanos.
La tarde del Domingo de Ramos eran para “El Dainos”, esta procesión no la organizaba ninguna Cofradía, era la Venerable Orden Tercera la encargada de sacar a la calle el Nazareno de San Francisco para que la ciudad le pudiera rezar la plegaria tan popular que dice “ Dainos Señor buena Muerte...”.
Las mañanas del Lunes Santo eran nervios, ya que por la tarde mi Cofradía junto con las otras que había en León organizaban la llamada “Procesión del Pregón” y ese era él único día en el que salia acompañando a la Virgen de las Angustias llevando, como podía, uno de los faroles que van delante de su paso.
Los Martes era el día de los “ferroviarios”, La cofradía del Santo Cristo del Perdón desfilaba ese día desde su Parroquia de San Francisco en el barrio de la Estación y llegaban al centro de la Ciudad después de mas de seis horas de procesión, y al igual que a Roberto lo que me preocupaba era ver al preso liberado. La larga espera era amenizada con barquillos que mi abuela nos compraba a mis primos y a mi.
El miércoles era un día de silencio, solo existía una procesión popular conocida como “del silencio para Hombres” en el que muchos hombres salían rezando el Rosario y acompañando a un “Jesús de Medinaceli” al que nosotros conocíamos como “el pelos” por su larga melena natural.
Los Jueves Santos eran un autentico caos, nos levantábamos muy temprano para ir a “LA SACA”, en Santa Nonia la Cofradía del Dulce Nombre expone todos los pasos que van a salir en la procesión del Viernes Santo por la mañana y los hermanos piden una “LIMOSNA PARA JESÚS” dando las gracias con un “QUE JESÚS TE LO PAGUE”, luego nos acercábamos hasta la Iglesia de San Marcelo para contribuir en la mesa petitoria que instalaba la Cofradía las Angustias y Soledad. Por la Tarde después de la misa del lavatorio nos llevaban a ver la Procesión de la Cena en la que siempre me maravillo el grandioso paso de la “SANTA CENA”, y a casa a dormir que el Viernes era el día grande y había que estar descansado para aguantarlo. Esa noche no podía dormir por los nervios y por estar pendiente para escuchar a la ronda cuando pasaba debajo de la ventana diciendo “LEVANTAROS HERMANITOS DE JESÚS QUE YA ES HORA”.
El viernes Santo por la mañana, mi abuela nos llevaba a mi primo y a mí hasta la Catedral para que mi tío nos recogiera y nos incorporara a la procesión, allí con nuestras cruces negras de madera, nos poníamos en la fila delante del paso “EL PRENDIMIENTO”, paso que ahora pujo todos los años, y dando la mano a todos los niños que estaban en las aceras viendo la procesión llegábamos hasta San Isidoro donde nos estaba esperando mi abuela para darnos la merienda, para luego continuar hasta Santa Nonia y al llegar recogernos y después de hacernos las fotos de costumbre, salir corriendo para comer deprisa y dormir la siesta, que si el año era par había que volver a salir en la Procesión del Santo Entierro que organizaba la Cofradía de Angustias y Soledad. Nunca vi la procesión de las Siete Palabras pues salían a la hora en la que estábamos comiendo y durmiendo la siesta.
El Sábado era el día del cansancio y de ver a los “Heladeros” (Nombre vulgar con el que mi familia conoce a la Hermandad de Jesús Divino Obrero) acompañando a la Soledad.
Y el Domingo de Resurrección era un día de fiesta, mi abuelo nos llevaba a ver el acto del encuentro en la Plaza de la Catedral y luego escuchábamos misa en la Catedral junto con los Hermanos de las Cofradías de Jesús Divino Obrero, Santa Marta y Siete Palabras que salían en la procesión de la Resurrección, luego a comer todos juntos la ensaladilla que mi abuela preparaba y que aún hoy tengo en mi recuerdo.
Así era la Semana Santa de mi niñez, una Semana Santa en León, que permaneció invariable hasta 1990 año en el que empezaron a formase nuevas Cofradías, nuevas procesiones.
Dedicado a mis abuelos, a esos que sin ser cofrades me inculcaron el amor por la Semana Santa y que sin ellos ahora no seria posible que fuese AZUL, algo de lo que realmente me siento orgulloso.